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22.11.11

PARECIDOS PERO DIFERENTES...

Politica // Por Mariano Hamilton


Las situaciones de España, Italia o Grecia no tienen nada que ver con la Argentina versión 2001. No es posible, como ocurrió en la Argentina, encontrarle a la crisis una salida política en lugar de económica.

Lunes 21 de noviembre de 2011 | 17:47



En España ganó el Partido Popular (PP) que postulaba a Mariano Rajoy para presidente. Se impuso por el 44,6 por ciento de los votos sobre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que apenas consiguió 28,7 por ciento de los votos. Tendrá a su favor el control del Congreso de los Diputados. En Italia se fue Silvio Berlusconi y asumió como primer ministro Mario Monti, un tecnócrata, un especialista en Economía, un moderado del cual se esperan soluciones a corto plazo. En Grecia, Lucas Papademus, economista y exvicepresidente del BCE, reemplazó al socialista Giorgios Papandreu. Hace pocos meses, en Portugal, Pedro Passos Coelho, del Partido Social Demócrata (PSD) ganó las elecciones. Será el próximo jefe de Estado de Portugal, con un porcentaje de votos que se acerca al 38%. El primer ministro saliente y candidato del Partido Socialista (PS), José Sócrates, fue el gran derrotado: obtuvo apenas el 28%.
En Irlanda la coalición conservadora Fine Gael le ganó al que hasta entonces era el partido gobernante (Fianna Fáil). En Hungría un partido de centroderecha ganó de forma aplastante y acabó con ocho años de gobiernos socialistas.
Todos estos movimientos políticos, o electorales, según el caso y el país, son mirados desde aquí, desde la otra orilla, con atención y con cierto dejo de suficiencia. Porque los argentinos, especialmente los que estamos de a pie, creemos que lo sabemos todo y que los diferentes ajustes que se están llevando adelante en algunos países europeos son ejemplos de lo que no hay que hacer, de las viejas recetas del Fondo Monetario Internacional que tanto daño hicieron por estos parajes.
¿Qué generó en Europa semejante desbarajuste? El desempleo, la contracción de la economía, las deudas públicas, los déficit fiscales y los bancos, quienes aprovecharon las distintas burbujas que se fueron fabricando en la economía, especularon, cosecharon extraordinarias ganancias y finalmente terminaron, como casi siempre, endeudándose hasta la coronilla y reclamando la asistencia de los Estados para no quebrar.
¿Para Europa será fácil salir de la crisis? ¿Hay recetas aplicables de otros lugares del mundo? ¿Grecia, España o Italia, para citar tres casos, deben mirar el ejemplo argentino para salir del cuello de botella que los está asfixiando? Digamos que la situación de Argentina en 2001 era completamente diferente a la de la Europa actual. Tanto por el contexto, como por el tamaño de una economía y otra y, básicamente, porque en la Argentina existía el convencimiento de que había que borrar y reconstruir sobre las cenizas en lugar de maquillar, tal como lo están haciendo los gobiernos europeos.
Pero más allá de todo, hay otras diferencias entre ellos y nosotros. Primero y principal, la Argentina no tenía atada su moneda al resto de las economías regionales, por lo que la devaluación fue una de las recetas que se llevaron adelante para inyectar energía a una economía exhausta. Tampoco es posible ahora, como también se hizo en la Argentina, que varios países en cadena declaren la quiebra. Es inadmisible pensar en la posibilidad de que Gracia, Italia o España caigan en default. Y por último, tampoco es posible, como ocurrió en la Argentina, encontrarle a la crisis una salida política en lugar de económica. En Argentina en su momento asumió un Gobierno débil (el de Kirchner) que debió trabajar arduamente para ganar el respaldo de una sociedad descreída.
Tomemos como ejemplo para entender mejor el momento que vive Europa. Papandreu, en Grecia, anunció su intención de convocar un referéndum para que los griegos se pronunciaran sobre las condiciones que Europa les imponía a cambio de su ayuda.
Papandreu había tomado una decisión política. Pero duró nada. En la reunión del G-20 lo apretaron como a un tomate y no sólo retrocedió sobre la idea sino que además renuncio, en una clara señal de que las soluciones para llevar adelante la crisis deberán ser económicas y no políticas.
En España se dice que el triunfo de Rajoy no cambiará nada de la coyuntura porque, desde hacer rato, se vislumbra que el poder real en el país lo ejercen la alemana Ángela Merkel y los técnicos del FMI. A lo sumo se espera un nuevo recorte de 18 mil millones de euros para seguir llevando adelante el programa que le permita a España sanear su economía pero hundir aún más a los españoles en la indignación.
Tanto para España, Grecia e Italia, el periplo hacia algún lugar recién comienza. Se apuesta a que la derecha y los economistas puedan revertir la situación. Pero en realidad nadie tiene ni la más remota idea de dónde puede terminar todo. Porque los políticos siguen mirando sólo hacia esa entelequia llamada los mercados, mientras las calles se siguen poblando de gente enojadísima. Y acá sí el paralelismo con nuestra Argentina del 2001 surte más efecto. La protesta, el escenario de la represión impulsada a través del Estado, la desigualdad, el peligroso agite de medidas que celebran la “no política”, parecen ser la receta perfecta para retrasar ese proceso de maduración democrática que llegó a la Argentina no sin antes cobrarse la trágica suma 34 muertos. Y esas sí son responsabilidades políticas que trascienden cualquier salida económica. El error es no ver que es la política, jugando un rol fundamental en la vida cotidiana de cada ciudadano, el lugar donde se construyen las pociones para las transformaciones de fondo. No se hace política o se toman decisiones para no enojar a los mercados sino que debería ser para la gente, para darle trabajo y para mejorar su calidad de vida. Porque los famosos y tan mencionados mercados, sin la gente, no son nada.
Quizás este capítulo menos auspicioso que están escribiendo algunos de los países europeos sea parte de esa maduración y quizás sea necesaria esta herida, que se abre cada día más, para entender y dividir, ya sin más caretas, a los poderes hegemónicos de la demanda social que reclama no solo un cambio de posibilidades económicas sino un cambio cultural.
Tal vez ahí se pueda encontrar un límite. Porque contrariamente a lo que muchos piensan, el libro sobre la crisis europea no está llegando a su fin sino que recién se están escribiendo los primeros capítulos.
Porque más allá de todo, siempre el grito del pueblo será más fuerte que el de los mercados.

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